Mirada a una historia bíblica

La Biblia además de relatar una historia de Salvación y revelarnos al Dios de Jesús, es también un lugar donde podemos encontrarnos con personas que  nos enseñan a través de sus vidas. Personas que son iconos y referentes en el tejer de nuestra propia historia.

Como todas, tienen nombre propio.

Ella es Tamar

¿Conoces la historia de Tamar en Gen 38,1-30?

Me llamo Tamar y soy de la época de José. Seguro que os acordáis de aquel chico que fue vendido por sus hermanos al faraón Egipcio. Su historia me suena como a vosotros pero no lo conocí porque yo no era judía sino cananea, al igual que mi suegra. Mi suegro, JUDÁ, en cambio era judío.

Me casé muy joven con uno de sus hijos, con Er. Un hombre malvado que me maltrataba. Pero pronto murió, con lo cual yo me quedé viuda y sin hijos, cosa muy mal vista en la tierra de Israel. Una mujer sin hijos es vista como una desgracia. Los hijos eran considerados como bendición de Dios, por lo tanto, si no tienes hijos, no tienes la bendición de Dios.

En mi cultura tuve que aceptar la ley del levirato[1] y mi suegro me dio a su segundo hijo, Onán pero también murió.

-          Hola Tamar, ¿te importa contestarnos unas preguntas para conocerte un poco mejor?

-          Encantada.

-          ¿Por qué murió Onán?

-          El se acostaba conmigo pero si teníamos un hijo pertenecería a su hermano, así que como dijeron los escritores bíblicos: “vertió en tierra para no dar descendencia” No fue un hombre bueno, me utilizaba sexualmente pero sin ningún compromiso matrimonial.

En mi cultura el no tener hijos es una frustración.

-          Entonces, tu suegro te tenía que volver a casar con su hijo tercero.

-          Sí, pero tuvo miedo de que también muriera y mi calvario de sufrimiento con los varones de Judá siguió. No era más que una mujer viuda, sin soporte económico y explotada sexualmente por mi cuñado. No le importaba a nadie y el propio Judá se saltó la ley.

¿Qué podía hacer?

Tamar es presentada como una víctima, engañada, manipulada y explotada sexualmente.

-          Tu situación Tamar era realmente una injusticia, estabas atrapada entre los engaños y veías que Selá crecía pero tú seguías discriminada. ¿Qué hiciste, entonces?

-          Pues me disfracé de prostituta cultual, me quité los vestidos de viuda y me levanté. Me puse un velo y fui en busca de Judá que cayó en la trampa.

-          ¿Qué ocurrió después?

-          Me quedé embarazada y para demostrar a Judá que había sido él, me quedé con su sello, su cinturón y su bastón.

-          ¿Cómo te sentías?

-          Muy mal, porque Judá me había acusado de no poder tener hijos y ser yo la causante de la muerte de los suyos y ahora comprobará que no era yo, sino que todos me estaban tratando injustamente.

Sigamos pues, con la entrevista porque imagino que Judá al verte embarazada te vería como una adúltera.

-          Por supuesto, no sólo quiso que me apedrearán como consta en la ley judía sino también que me quemaran.

-          ¿Y qué hiciste entonces?

-          Para eso me quedé sus prendas. Se las mostré para que comprobara que fue él quien me poseyó. Las reconoció y tuvo que cambiar de actitud.

-          ¿Te caso entonces con el tercer hijo?

-          No, en eso no cambió. Seguí viuda, pero tuve gemelos que me llenaron la vida de felicidad y si seguís mi genealogía os mostrará que llegó hasta Jesús.[1]